Cuando pensamos en decir que no lo primero que nos viene a la mente es el “cómo” y es lógico porque depende de cómo digamos que no, el otro lo aceptará o nos enzarzaremos en una discusión, pelea, enfrentamiento, enfado de la que será más difícil salir.
Pero a menudo nos olvidamos de plantearnos si somos capaces de decir que no. Porque para decir que no primero hay que darse permiso. Y para darse permiso hay que creer que no lo merece. Y para creer que uno lo merece hay que haber tenido una educación que nos enseñase esto. Toda esta serie de factores no siempre se dan con lo cual no nos queda otra que aprenderlo cuando ya estamos en posición de elegir.
Y esto no es una trivialidad. Aprender a decir que no es un derecho fundamental de todo ser humano. Todos tenemos derecho a elegir y a decir que no cuando algo no nos gusta, o no queremos o creemos que vulnera nuestros derechos. Recuerdo que cuando era niña, tendría unos cuatro o cinco años, solía ir con mi abuela a hacer las compras por el barrio y siempre nos íbamos encontrando con otras señoras del barrio que sin más me agarraban los cachetes (yo de niña tenía esos típicos cachetes gorditos de los bebés) y decían algo como “ayyyyy pero que linda” y yo por dentro me revolvía de rabia e impotencia pensando “quien le dio permiso a esta desconocida para apretarme la cara hasta dejármela dolorida y con una marca roja?”
Desde ahí uno ya empieza a aprender si tiene permiso para decir que no. Gracias a la evolución social, en este caso favorable, los niños de hoy en día ya ejercen este derecho desde muy temprano, pero qué pasa con aquellos a los que por lo que sea se les priva de decir “no me toques” “no me abraces” “no me beses así” “ir a ese sitio me hace mal” “no me obligues a hacer esto que me siento triste” estos niños, futuros adultos tendrán dificultades para defenderse de abusos y no me refiero a abusos sexuales exclusivamente que también podría ser, sino esa clase de abusos que por tan comunes y corrientes pasan desapercibidos para todos incluso para la persona que los padece hasta que un día hace erupción el volcán en su interior. Y en ese momento expresa todo el dolor, la rabia y la angustia contenida. Lástima que cuando esto pasa el daño ya está hecho, y esta persona tendrá que transitar un largo camino de regreso.
Esto lo vemos en muchos adultos que no han sabido defenderse y poner límites en el trabajo, las familias o los amigos. En cualquier círculo social en que nos movamos tendremos que decir que no a algo en algún momento y quien no sepa poner este límite saludable de manera adecuada saldrá perjudicado y luego tendrá que curarse las heridas.
Lo más conveniente entonces es aprender que uno tiene derecho a elegir y decir que no en según qué circunstancias, a poner límites, y hacerse respetar
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